sábado, 5 de septiembre de 2020

DIOS Y EL MAL

 


En el politeismo los mortales están sujetos a los caprichos de los dioses. 
Los dioses son poco ejemplares, demasiado humanos, sus conflictos dan lugar a guerras, cada pueblo tiene su dios propio, "su santo patrón". 
El mal es fácil de comprender, el arrebato de un dios que hay que intentar atemperar.

Con el monoteismo el mal se convierte en el problema fundamental. 
El Islam lo evita con la idea de sumisión y determinismo, todo está escrito, no puedes oponerte a la voluntad de Dios. En general no es bueno oponerse a la voluntad de los poderosos.  

Los protestantes también son deterministas. Te salvarás si eres virtuoso. Si eres virtuoso te irá bien. A los viciosos les va mal. Un vicio es un mal hábito. Las borracheras no te van a ayudar en tu profesión, ni el adulterio a tu familia. 

El catolicismo entra al problema. La solución, dios permite el mal porque es capaz de sacar bien del mal. Una idea deslumbrante en la que no se ha profundizado. Tenemos la idea de arrepentimiento, el más terrible pecador puede salvarse. Es una idea desconcertante. Sobrehumana, no es humana. ¿Perdonad a vuestros enemigos? ¿Pero cómo?

¿Cuándo hemos visto intervenir a Dios para trasmutar el mal en bien?
Las cosas podrían ser peores si no interviniera, no sabes cuántas veces hemos estado al borde del abismo. Esto lo podemos comprender viendo las películas de James Bond. Un hombre evita el desastre y lo premian con la chica. No es muy familiar, pero con su profesión una familia es un lujo que no se puede permitir. Esto lo podemos ver en "misión imposible".

La solución final está en el cielo. Dios no evitará que martiricen a los buenos, pero les premiará con la vida eterna, y eso no se acaba, es un premio eterno. Un gran premio.

La idea de Ying-Yang es otra opción. Todo lo que sube baja. En tu éxito están las semillas de tu destrucción. En tu fracaso están las semillas de tu éxito. De error  en error llegarás a la verdad.

El cristianismo mantuvo abierto el debate teológico durante la Edad Media. Tomás de Aquino considera que hay algo exterior al mundo que le sirve a éste de fundamento y que hace inteligible la totalidad de las cosas, les da un sentido. 

Finalmente se consideró que la teología racional era una pérdida de tiempo. En el siglo XIV se desconfía de las grandes síntesis teológicas del siglo XIII. Las limitaciones del poder de la razón frente a la revelación, que ya aparecen en santo Tomás, se acentúan. No es aconsejable recurrir a la razón para fundamentar el dogma. La separación entre razón y fe es paralela a la separación entre la Iglesia y el Estado.

Toda existencia depende de la voluntad absoluta de Dios. Dios crea el mundo con absoluta libertad. Si las esencias dependen de las ideas eternas se niega la libertad de Dios. Dios no crea las cosas porque son buenas, son buenas porque El las crea. La ética queda desvinculada de cualquier principio racional, como la ley natural. Todos los preceptos morales dependen de la voluntad divina. Un acto es malo simplemente porque Dios lo prohíbe. Dios podía haber creado un orden moral en el que el robo, el crimen y el mismo odio a Dios hubieran sido actos meritorios.

La teología debe entender a Dios desde la revelación. La teología debe ser autosuficiente, no tiene que recurrir a la filosofía. La razón tiene como misión explicar el mundo. Para conocer el mundo debemos recurrir a la experiencia, pues Dios lo ha creado con absoluta libertad. Las pruebas de la existencia de Dios carecen de valor demostrativo, sólo son argumentos probables. 

Las grandes síntesis continuaron fuera de la Iglesia. Descartes inaugura la filosofía moderna. Pone como fundamento de su sistema a la conciencia, al yo pienso. La conciencia se ha hecho fuerte y seguirá fortaleciéndose, hasta cuestionar a dios. Porque la conciencia no tiene límites. 

Según Sartre cada hombre tiene un proyecto diferente, pero existe un proyecto básico. El hombre aspira a ser ser y conciencia al mismo tiempo. Este ideal coincide con el concepto de Dios, el ser consciente autofundado. El hombre es fundamentalmente deseo de ser Dios. Todos los actos y proyectos traducen esta elección y la reflejan en infinidad de modos diferentes. 

Desafortunadamente la idea de Dios es contradictoria, porque la conciencia es la negación del ser. Como consecuencia de esto el hombre es una pasión inútil. El hombre aspira a la divinidad pero cae inevitablemente en la opacidad, en la muerte. Ni el nacer ni el morir tienen sentido, todo es gratuito y superfluo. Las cosas no nos pueden servir de apoyo, son indiferentes, incapaces de darnos una explicación. Se que existo, que el mundo existe, eso es todo y da lo mismo. Esto es la náusea.

Sartre rechaza la idea de Dios, a la que considera absurda, se declara ateo, con lo que radicaliza al máximo la comprensión del carácter gratuito de la existencia. 
El mundo no lo ha creado ningún ser trascendente, existe pero podría perfectamente dejar de existir, y esto se traslada a las cosas concretas: éstas no existen como consecuencia de un supuesto plan o proyecto de la naturaleza o de Dios, tienen existencia bruta, son así pero perfectamente podrían ser de otro modo o no existir. 
Lo mismo ocurre con el ser humano: estamos “arrojados a la existencia”, nuestra presencia en el mundo no responde a intención ni necesidad alguna, carece de sentido, la vida es absurda, el nacimiento es absurdo, la muerte es absurda. 

Dios o luchar contra el absurdo. 


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